viernes, 13 de febrero de 2009

El Balcón

Aprovechando que mañana es el día de San Valentín, aquí os dejo un relato que he escrito para tal día. Espero que os guste y disculpéis el tiempo que os he dejado huérfanos de mi .

La noche caía lenta, taciturna, casi melancólica, como cae el último beso en los labios de el amor que sabes que acabarás perdiendo, igual que cae una lágrima al suelo al despedirte de ese familiar o amigo que algo te dice que no volverás a ver, las estrellas brillaban a lo lejos, refulgían de azul en todas sus tonalidades y con distintas luminosidades, casi recorriendo la infinita escala de esta mesura, desde las que brillaban como el diamante recién pulido, hasta aquellas que aparecían difusas como una colilla al momento exacto de expirar su última gota de calor, aún así, ella, las miraba todas desde el balcón, las observaba y le parecían todas bellas por igual, como si se tratase de un juego de perlas brillantes dispersas con hábil gracia sobre una suave sábana de seda azul marino casi negro. No brillaba luna alguna aquella noche, hecho que, sin desmerecer las noches de luna llena que tanto apaciguan el alma, hacía más bella la estampa observada, y conseguía que se pudiesen observar hasta los más recónditos y lejanos lugares del universo, si, del universo, de nuestro universo, de su universo, pues ella, allí, en su habitual barandilla, mirando al infinito, así le gustaba considerarlo, su universo.

A pesar de que había hecho unos días de una temperatura sumamente agradable, aquella noche, por obra y gracia del destino, corría una brisa fresquita que conseguía, poco a poco calar los huesos, aún así ella seguía en la terraza, observando el pequeño trocito de su universo que se veía desde su posición, recordando cada momento vivido bajo aquellas perlas, bajo aquella sábana, recordando lo que había sentido la primera vez que lo besó, la primera vez que lo vió, la primera noche que lo echó de menos, así pues, ni el frío que sentía su cuerpo fué capaz de apagar el calor que sentía su corazón, haciendo a su cerebro incapaz de decidir si ir adentro, sentirse bien con su cuerpo pero perder así todos sus recuerdos, o quedarse fuera, hacer caso a su corazón y cederle a éste el control del resto de su cuerpo.

Recordó aquella noche en la que lo besó por primera vez, un beso tímido, precedido de acusaciones y sentimientos encontrados, un corto, pero intenso, un beso, que tarde o temprano llevaría a otro beso, y éste a otro y a otro, hasta que los besos fuesen para ella y para él como un mensaje oculto en un mundo en el que solo ellos podían entrar, hasta que un beso significase más que miles de palabras que pudiesen decir, miles de peleas que pudiesen tener, miles de sentimientos que pudiesen enfrentarlos, separarlos, acercarlos. Ese beso que explotó en sus labios, furtivo, añorante de más tiempo, pero aún así, falto de él, esperando el momento de ser retomado, impaciente, anhelante.
Recordó de igual manera la primera noche juntos, los nervios, el desconocimiento propio de la primera vez, el sentido inconcluso de saber concluida la tarea para la que se estaban preparando, el no saber como comenzar, el amarse sin haberse amado, el ser y no ser del otro desnudo, aún cuando aún no se ha desnudado, las prisas por satisfacer las necesidades fisiológicas que apremian al ser humano, junto con la pausa de saborear el momento y hacerlo único, único para ella, único para el, único para no olvidarlo jamás, para poder darse el gusto de recordarlo, aún cuando sería pecado el volver a evocarlo, para no olvidarlo jamás aún cuando es necesario olvidarlo, ella, aún no lo había borrado de su memoria, él, seguramente tampoco, pues olvidar es difícil cuando se consigue poner todo en un gesto, en una palabra, cuando todo sale como pensamos que debería salir, cuando consigues ser, de una vez por todas, una sola persona divida en dos corazones separados por apenas unos centímetros de carne.
La memoria le trajo miles de recuerdos, pensó en riñas, pero se dió cuenta de que siempre acababa pensando en reconciliaciones, pensó en odio, y acabo pensando en amor, pensó en miles de momentos que jamás podría vivir con otra persona, que son únicos que son suyos de ellos de nadie mas, que pertenecían, como las estrellas a su universo, y se dió cuenta, de que no todo estaba perdido si aún conservaba aquellos recuerdos, se dió cuenta de que merecía la pena vivir, aunque solo fuese para poder acordarse de todo lo bonito que le dió la vida.
Y así, sonrió, cerró el balcón con todas sus fuerzas, y pasó el resto de la noche mirando al infinito y con mil recuerdos clavados en su mente y su imagen clavada en sus pupilas.

Dedicado a una persona muy especial para mi, porque debería de saber que siempre estaré a su lado, y que todos, absolutamente todos, tenemos nuestro respectivo balcón para asomarnos a nuestra vida

3 comentarios:

Mika dijo...

Incríble, sin comentarios, ¡qué bonito!, me ha encantado, sigue leyendo páginas en blanco...
:)

Jromero dijo...

Cuanta armonia veo en sus palabras,sentimiento puro.Mi bien chato ;-P

Unknown dijo...

Con cada cosas nueva que leo me sorprendes mas, eres un tio estupendo